Como
detesto aquellas gafas oscuras, detesto aquel instante en que comencé a
notar su maldita presencia; aquellos lentes que ocultaban su bello rostro,
como odio que me oculten las verdades, como me molesta la hipocresía ocultada
tras una cruel amabilidad, como te deteste mujer al capaz de mirarme y al mismo
tiempo reclamarme. Pero ahora tú equivales a la nada, equivales a la muerte a
mi muerte y a mi nada.
La
conocí o más bien la vi en una de mis caminatas de rutina, maldita rutina, ahora que lo pienso es siempre lo mismo, caminar hacia un mismo lugar todos los días
pasando sobre ese árbol que siempre me producía una tenue sonrisa. Pienso que
aquel árbol era el único capaz de comprenderme aunque no lo podía ver yo si lo
podía observar. Siempre que terminaba mis tontas rutinas (llamo rutinas a todo
lo que hacían esos tontos y ¿quiénes son esos tontos?, las puedo definir como
unas sombras que se ocultan de sí mismas y no llegan al más mínimo conocimiento
de sí mismo) iba y visitaba a aquel árbol me relajaba y me hacía olvidarme de
todo al menos por un instante, sin embargo no sé si el árbol y yo mismo
estábamos listos para una mirada, una mirada que no se ocultaba de ella sino de
nosotros de mí y de él.
Cuando
llegué a aquel árbol vi no a mucha distancia a una mujer, no lo puedo negar, me
pareció hermosa pero mi interés aun no era suficiente para como considerarla de
ese modo tan exultante Tan solo puedo ver ciertas cualidades corporales, la
miré de abajo hacia arriba si se le puede definir así, su piel era morena,
cabello castaño como la madera hermosa del árbol y unos labios que no eran
rojos pero que combinaba exquisitamente con su particular belleza, con su casi
hermosura llegué al punto de sus gafas, aquellas gafas que no me
indicaban la más mínima pista de sus ojos, aquellos ojos necesarios para
reconocer su alma, que se me escapaba y comenzó a inquietarme desde
aquel día. Aquel maldito día donde ella me miró a mi o al árbol y sin embargo creía que era a mí no lo sé pero lo creía con fervor, aquel fervor que me llevó a más
tontas inquietudes de que todo el mundo cree saber pero realmente es un completo
ignorante. Aquellas cuestiones que terminaron vulnerando mi verdadero apego y
amor por la soledad, soy solitario y mejor se sentía acompañado de mi
feliz y al mismo tiempo melancólica soledad que nunca me fallaba, que como
cualquier otro ser me llegaba a herir pero al mismo tiempo me consolaba de ella
misma hasta lograr de nuevo aquel equilibrio.
Volví
al mismo lugar al otro día ahora estaba con una rosa blanca en que olía con una
ternura que me parecía cruel y de nuevo me miró ahora con una sonrisa y vi
aquellos dientes blancos hermosos que me descontrolaron mas no quería dejar
aquel árbol, pensaba que sería imprudente. Sin embargo en los momentos que no
estaba cerca de él, mi alma se sumía en la ansiedad, en el descontrol. No podía
dejar de pensar en ella aun cuando no me parecía hermosa. La única manera de
poderme controlar era haciendo infinitud de dibujos en ella. Sumido en el
cuarto la dibujaba cada vez idealizándola más y más casi sin notarle ningún
defecto, cada vez menos realista sino como su imaginación acomodaba a su antojo
las ideas que llegaban a su mente. Sin embargo como tenía que frustrarse
dibujando aquellas gafas que tanto detestaba, no podía saber esos como eran sus
ojos lo que me llenaba de ira de ira que aparentemente no conocía alguna causa
sin embargo muy en el fondo sabía que era por mi manera de verla de no poder
sacar a esos malditos lentes de mi camino hacia ella. Ya no podía más mañana
sería el día donde vería aquellos ojos hermosos que creía que si existían o si
no por lo menos intentar de verlos y que mi imaginación los acomode para que
logre mi cometido.
Aquella
noche profunda, soñé que llegaba al árbol que extrañamente estaba seco, sin
hojas pero de él ya nada me importaba, solo ella la que estaba sentada con aquella
rosa y me miraba esta vez a mí, no al
árbol. Caminé hacia a ella y agarré esos lentes y los arrojé lejos y miré
aquellos ojos y ahora si me parecía hermosa. Unos ojos cafés que parecían miel
frente a la luz del sol, soñé que la besé y en ése momento su mirada sonriente
se convertía en un frío tempano sus ojos cafés se oscurecieron a un negro
profundo horroroso, su piel morena se palidecía. Solamente moría por mi beso ya
no era ella, su mano alguna vez cálida se convertía en una seca y helada palma.
Desperté
sudando, angustiado pero viendo aquel dibujo me tranquilicé y volví a la
realidad del mundo y olvidé la de mi mente. Amanecía y la hora de ir allí se
acercaba (como su fuera una cita claro). El sol brillaba y de nuevo la rutina,
el árbol que curiosamente tenía hojas caídas voltee a aquel sitio y ella no
estaba, ¿Dónde estaba? ¿Por qué no ha llegado? ¿Se aburrió que yo no hubiese
ido a hablarle? Esperé ansiosamente y el día se me hacía eterno y su cuerpo no
aparecía.
Pasó
no sé cuánto tiempo, yo ya me había rendido y asumido que ella no llegaría, me
levanté y en ese momento su ser con aquellos detestables lentes caminaban por
entre el prado como su me fuesen a visitar. No dudé, solo caminé hacia ella
movido por un impulso salido de no sé dónde. Sólo llegué y como en el sueño
aunque con más dulzura tomé sus lentes y miré aquellos ojos y como si todo se
estuviera repitiendo vi sus ojos cafés con un tono miel cuando el sol incide
sobre ellos.
Decidí
tranquilizarme, tomé su mano y caminamos al mismo tiempo que hablábamos de
cosas que son triviales que ahora ignoro y prefiero no recordar. Llegamos a un
punto donde todo fue silencio, un silencio incómodamente hermoso y de nuevo
movido por mi impulso la besé. Un beso que ahora rebota y aun gira sobre mis
recuerdos. Tomé su cabello, masajeándolo y de allí llevé mi mano acariciando su
espalda. Fue un beso largo, pasional que terminó con un cruce de miradas que
solo llamaron al deseo. Ese deseo bestial que consumió toda mi tristeza e
inocencia. Arrebaté sus ropas sin ningún cuidado dejándola desnuda frente a mis
ojos que la miraban con lujuria, al mismo tiempo que ella me desvestía con
bestial fiereza.
Verla
desnuda, ver desnuda no solo su cuerpo sino también su alma que se me mostraba
por aquellos ojos me no me hicieron esperar. La tomé con fuerza, rosando nuestras
pieles que generaban el sonido del placer y el calor de nuestros cuerpos
abrazados, la besé hasta donde más pude hasta que llegué, al clímax donde ambos
miembros se encuentran el uno al otro en su más salvaje y primitiva forma. Culminamos exhaustos, sudorosos más sin
embargo en la plenitud de la cima del placer, volteé mi mirada hacia ella y
ella hacia mí sintiendo algo que quizás nunca antes habría sentido, amor.
Aquel
sentimiento que en días te hace sentir el dueño de todo el mundo, pero otras
veces te hace sentir que una cucaracha pisoteada. Mas no por ello renunciare a
un momento de felicidad así sea efímero. Siguieron los días, días que ahora
añoro más soy consciente que son puros espejismos. La dibujaba, la dibujaba
cada vez que no la podía ver, dibujando aquellos ojos que siempre me mostraban
algo nuevo e impactante, era hermosa, y yo era muy feliz más que con la
compañía de aquel solitario árbol.
El
frenesí no cesaba, nos entregábamos a las pasiones sin freno alguno más comenzaba
en mí una leve molestia pulmonar quizás producto de aquella tarde lluviosa
donde nuestros dos seres se volvieron uno y la posterior visita a aquel árbol
decaído, enfermo y agonizante, sin hojas y con la madera tan oscura como el carbón.
La molestia no cesaba y pronto se transformó en una horrible enfermedad que me
sumió de nuevo en mi habitación solitaria sin ninguna compañía más que los
dibujos que hacía de ella, más ella no aparecía por ningún lado, me sentí
abandonado más la esperanza de ella llegara por esa puerta aun latía.
Pasó
el tiempo y la enfermedad pese a los cuidados empeoraba y ella no aparecía,
decidí salir no estaba lloviendo, había un sol radiante y decidí que por mi
salud sería bueno. Vi de nuevo el árbol y allí a ella de nuevo con las gafas
oscuras con una mirada de lástima ante mi débil situación y su sonrisa que solo
empeoró todo. El árbol estaba muerto y caído de costado hacia el suelo mientras
mi ser soltaba la tristeza en lágrimas y corrieron en mis mejillas como salí corriendo
hacia mi casa ante la lluvia que comenzaba a caer. Llegue a mi casa empapado y
al llegar a mi cuarto y quemar todos los dibujos falaces de aquel ser una tos,
tos que fue creciendo bruscamente hasta que un expulsar de sangre terminó
quitando la respiración hacia una muerte patética viendo el dibujo de ella con las
gafas oscuras.