jueves, 16 de agosto de 2012

EL LIENZO EN BLANCO


Relatar así como pintar que jamás sucedió sería mofarme de todos ustedes. Inventar sucesos para atraer su atención y comprender lo que digo (o más bien escribo) me convierte en el peor miserable, peor que el mayor político corrupto que no hace más que arrebatarnos un recurso banal, pero yo mucho peor que cualquier maldito de esos querido lector, no busco ni dinero porque aquí si es que es algún lugar  no existe el dinero, no me sirve en un sitio donde estoy solo sino lo que más aprecias, tu tiempo.

Tener tiempo es lo que más aprecio de ustedes, ya que mi tiempo se ha vuelto un lienzo blanco que se me obliga –irónicamente- a pintar, dibujar, escribir, destruirlo así como aquella sonrisa y ése cabello rubio que me atormentan más mi mente aun es atormentada y no me es posible tocar aquel lienzo me quema. Lo detesto, odio aquel lienzo que me incita a pensar mientras hablo y espero que alguna vez logre al menos escribir sobre él o el ideal de pintar aquella imagen para darle una vida que siempre robo en mis obras tanto escritas como en pinturas más necesito aquel preciado don que todos los que son capaces de comprender éste tonto balbuceo eterno poseen. Un balbuceo que yo tan solo entiendo, me creo comprender me cree comprender pero no es así no se entiende, no sabe ni donde se encuentra y quizás mucho menos yo. Para que entiendan mejor, su ser trata de pintar mientras está en su habitación blanca, iluminada casi encenguedora y allí ha estado por años por décadas pero a él todo ese tiempo no es más que una eternidad.
Dispuesto a contar algo, hacer algo ya que ese lienzo es imposible para mi sin embargo tengo que decir algo o escribir aquí en el piso que es lo único que puedo tocar, las paredes, que me parecen demasiado grandes para tan historia tan pobre, así comenzaré con el fin. No recuerdo ni donde nací ni de dónde vengo, solo una imagen estática como lo que a yo me dedico; una pintura y luego un súbito final donde yo me encuentro en éste lugar, taller de artista supongo tanto de escritor como pintor. Se cree bueno en todo, no debo negar que tiene innato el valor artístico en muchos aspectos. Era prodigioso más éstas disciplinas requieren de la misma. No la tenía, era como un niño que improvisaba, curioseaba y del mismo modo se distraía con cualquier desfachatez y lo que iniciaba rara vez lo terminaba o ni lo iniciaba. Por lo general se la pasaba (si no estaba escribiendo o bosquejando) mirando las imágenes de un mundo en continuo movimiento pero a él solo le parecían sucesiones de imágenes estáticas y así las detenía en su pedazo de mente y asesinaba al movimiento a través de las imágenes que él mismo creaba; transformaba el mundo a su antojo, jugaba a ser un dios, al destino de aquellas almas que él robaba para sí para unos fines no muy gratos en verdad.

Un día sin nada que hacer, como casi siempre estuve caminando por las calles donde decenas de personas –si se le pudiera llamar así- caminaba apurada, quizás por una tormenta que se avecinaba o tal vez que estaban retrasados para el trabajo, no lo sé, supongo que harán algo con su patética vida. Caminé para así despejar mi mente cosa que no pasaba ni en mi ni en el cielo, deambulando llegué a una plazoleta o plaza como quieran llamarlo. Me senté en al atrio de la catedral posando mi mirada en un árbol, un roble quizás, enorme que imponente se alzaba sobre aquella soledad estática. El viento comenzó a mecerlo y ahí empezó mi duda de que se sentiría ser un árbol, incapaz de moverse por sí mismo, tanto que el viento lo tiene que ayudar, además solo viendo –si ve- grupos de personas riendo, conversando, besando etc. Sin poder hacer alguna de las mencionadas y tener una sensación de muerte siendo consciente de su existencia viva. La vida que él roba, vivir como una imagen que por más que uno le imprima su vida, sus expectativas, su pasión termina por convertirse en la muerte; morir en el último trazo así como las estocada final, allí está la pintura, se limita a promover sentimientos lo mismo que ver a un ser querido en un ataúd.

Meditar sobre la muerte es una pérdida de tiempo, pero le gusta perder el tiempo. Su mirada que aún parecía perdida se recobró al ver a una mujer que caminado lentamente aún con una posible tormenta se alojaba en las raíces de aquel solitario árbol. Acostándose suavemente lo miró de lejos. Sonrió mientras aquel muchacho se quedaba inmóvil y sentía una presión en sus piernas como si alguien estuviera en sus muslos.  Se sonrojó, trató de evitarla para comprendió que era imposible. Miró aquella extraña imagen como si él fuese el protagonista, inmóvil, muerta así como ya lo supondrá él que todo comenzaba a quedar en blanco. Se limitó a ver sus ojos casi bellos casi hermosos así como su sonrisa que mostraba una corrompida inocencia. Después dejó de sentir, tan solo el viento que lo acariciaba. Ella era como el viento caricias suaves que luego se vuelven en un daño. El viento se volvía cada vez más fuerte mucho más que ya generaba un dolor, un dolor que no podía expresar ni aunque yo lo quisiera.

Ahora estamos los dos, el árbol y yo juntos sufriendo el no poder salir del mismo encierro que solía hacer que nunca fui consciente hasta conocer la nada, la nada que promovía con mis juegos de dios. Ahora que ya ha sido contado quiero tan solo verla otra vez. Fue ella quien me indujo a no volver a pintar, a inmovilizarme, al estar frente a un lienzo en blanco que irónicamente me muestra a mí porque soy el único en verlo yo, un árbol y su sonrisa que como el viento me arrancó de la tierra.

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